Más de medio siglo de sincera amistad con el ciclista ovetense, Luis Balagué

Una bella y fraterna amistad nunca se pierde aunque pasen y pesen los años y los dos amigos vivan espacios, vidas y circunstancias diferentes.

Esta sencilla y entrañable historia comenzaba hace cincuenta y cinco años cuando en el CIR-12 de El Ferral del Bernesga (León) ambos somos llamados a filas como reclutas para hacer durante tres meses el periodo de instrucción en un páramo donde solo crece el matorral y el viento, el cierzo y el sol terminan por crear cuerpos de hierro.

Conocí a Luis Balagué Carreño en el año 1966, siendo este cronista cabo-primero en la sección de Gamones y responsable de los servicios del comedor y lavandería. El joven ciclista -de una grata sonrisa- apuntaba, por aquel entonces muy buenas maneras porque ya había ganado una “Vuelta a Asturias” como “amateur”, consiguiendo otra vez la prueba en el 1967, en la misma categoría, para pasar, dos años después, al campo profesional. Luisín formaría parte de varias escuadras: Werner, Super Ser, Teka y Bic entre otros, retirándose en el 1979 con un brillante palmarés.

El azar hizo el encuentro en el servicio obligatorio de las armas y en el ciclismo; el afecto puso el resto hasta el jueves diez y ocho de este mes de febrero, día en que se fue hacia el país de lo desconocido, donde al alba de una brillante amanecida volveremos a vernos para seguir hablando de tantas cosas “compañero del alma, compañero”.

Yo militaba en el “Sonneclair-Verdeun” equipo francés de aficionados a la bicicleta, afincado en Burdeos (Francia) con la ilusión de venir un día a correr la vuelta a Asturias, en la categoría de aficionados con cuatro de mis compañeros: Serge Lapebie (hijo de Roger Lapebie, ganador del “Tour de Francia” de 1937), Philippe Astier, Ivon Lescaret y Denis Legrand , pero aquel sueño no tuvo lugar por un cúmulo de motivos que no vienen al caso. Fue aquello una espina deportiva que siempre llevé conmigo, porque el tren de la vida, a veces, solo pasa unas vez y en aquella ocasión lo había perdido para siempre.

La mili transcurría en El Ferral con idas y venidas, algunas de ellas en el “Dauphine” de Luis por el Pajares y terminado el periodo del campamento, Balagué se incorporó a filas como infante en el Milán de Oviedo, mientras el cronista regresaba a Las Galias para finalizar los estudios emprendidos y seguir compitiendo y disfrutando a lomos de la bicicleta sobre la que había nacido. El entonces coronel Leoncio España Gutierrez, responsable del campamento militar, nos había extendido sendos pases para poder entrenar por las carreteras leonesas.

De regreso a Asturias, Luis vino a verme a Teverga haciendo el itinerario en bicicleta, con otros dos campañeros quejándose del mal estado de la carretera. En una ocasión lo hicieron hasta puerto Ventana para, por Babia y Luna, conectar con Villamanín, Pajares, Mieres y Oviedo. Volvimos a vernos en Luanco como ganador de la Vuelta a Asturias y más tarde repetimos el encuentro en Madrid, siendo ya compañero de Ocaña. La última vez fue en el final de etapa de Saint Lary-Soulan (Pirineos) del Tour de Francia de 1975 en la que llegó en el puesto 46 y en París de aquel mismo año una vez terminada la “Grande Boucle”.

Hubieron de transcurrir cincuenta años para que los dos amigos volvieran a verse en un encuentro lleno de afecto con motivo del homenaje que la Asociación de exciclistas de Asturias brindó al campeón belga Eddy Merckx, de la cual Luis Balagué era presidente.

Alentado para participar en la velada por el también exciclista y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA José Enrique Cima, buena pluma y mejor amigo, él fue quien propició el abrazo fraterno de aquellos dos reclutas –a quien entregué un libro dedicado y una foto de la época- para recordar los buenos tiempos de una ya lejana juventud.

Sentado ya a la mesa, en compañía de otro buen amigo, Plácido -también militar en El Bernesga- Luis y el cronista encontramos un momento para hablar en la mesa presidencial en presencia de Eddy Merckx una vez finalizada la cena. Aquel fue el instante para saludar al ciclista flamenco y hacerle también entrega de un libro que agradeció con un “merci” a la flamenca. Luis hizo las presentaciones, con las palabras justas por parte del “canibal” al estar muy cansado y con un apretón de manos me dio las gracias de nuevo y se fue en busca de los presentes y regalos con los que lo obsequiaron.

Una hermosa noche en la que tuve la ocasión de saludar a muchas gentes vinculadas con el ciclismo y entregar sendos libros a María Elena, viuda de José M. Fuente “El Tarangu”, con quien me une una gran amistad, y a Mari Carmen la viuda de Vicente López Carril.

En la despedida, los dos amigos nos dimos un fuerte abrazo con la promesa de volver a vernos en Teverga, dentro de veinte años, para “comer un oso”, comentaba Luis sonriendo. La Dama del alba se lo acaba de llevar y no habrá ocasión, en esta vida para sentarnos al mantel uno frente del otro. Guardaré siempre, amigo del alma, tu cariño desprendido hacia mi y tu sonrisa siempre prendida en los labios. Que la Paz esté siempre contigo.

 

Celso Peyroux